Los escritores son sadomasoquistas

Por Khris W. Álvarez, sígueme en Twitter

Bien dicen que las tres cosas que hay que hacer antes de morir son; tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Tener un hijo, es algo que la mayoría hará en algún momento de su vida, nos preparamos para ello, sabemos en lo que nos estamos metiendo y si no, lo acabaremos descubriendo cuando el pequeño berré noche tras noche sin dejarte pegar ojo. Plantar un árbol no es tan difícil, a muchos nos mola la jardinería, es más, lo encontramos relajante. Una buena planta solo necesita mimo y unas buenas dosis de agua con un poquito de sol y tendremos el árbol mas bonito de la comunidad. Pero a la hora de escribir un libro ¿qué se necesita?

Si pensamos que la paciencia, el cariño, la constancia y la capacidad de sacrificio son lo básico para las dos anteriores, es que aún no te has enfrentado a la decisión de “voy a escribir un libro”.

Cuando te planteas de verdad sentarte frente a una página en blanco, descubres que en realidad, te mola el sadomasoquismo. Si cogemos la definición de sadomasoquismo de la Wikipedia y le quitamos el referente sexual, nos quedamos con que nos gusta sufrir y encontramos placer en que nos den caña. Y es que no nos engañemos, un documento en blanco es el peor de los jefes que nos podrían tocar. Tienes una idea en la cabeza que piensas que va a revolucionar el mercado literario, algo nunca visto.

Pero no nos engañemos, ya está visto y lo sabes. Pero no será igual, porque tu serás capaz de darle un toque suficientemente original como para que despunte de los demás. Y probablemente lo hagas, pero seguramente también te cueste la cordura. No vamos a mentir, nos va el sado. Nos encanta hacernos un 24/7 pensando en nuestra idea y dándole vueltas en la cabeza.

Nos encanta pasarnos horas frente al ordenador intentado hilar dos palabras seguidas y acabar borrando un párrafo entero. Nos encanta crear personajes y acabar con una bipolaridad muy seria. Nos encanta intentar cuadrar dos ideas que nada tienen que ver, pero que ahí tienen que estar. Y no sabemos cómo lo haremos, pero lo conseguiremos.

Aunque eso suponga muchas noches en vela con el cerebro a punto de declararse en huelga. Nos va el monotema, somos así. Si estamos enfrascados en una nueva historia, no intentes hablar con nosotros, solo sabremos mencionar una cosa; nuestro libro.

Somos amantes de las montañas rusas emocionales. Nos encanta emocionarnos con nuestras historias y lo que va pasando, adoramos cuando se te vienen cosas a la cabeza que van a ser la leche, y nos entra un subidón de adrenalina que nos pone los niveles de dopamina por las nubes. Parece que hemos descubierto la cura del cáncer y más que andar, parece que flotamos en nuestra propia nube de felicidad, que nadie entiende, solo nosotros.

Y si nos emocionamos, también nos entra depresión crónica cuando hacemos alguna que otra putadilla a nuestros personajes. Y lo sentimos como si nos pasase a nosotros. Porque no aparentemos, crear un personaje no es sólo dotarle de un nombre y personalidad; es convertirte en él/ella para poder darle vida. Y eso implica sentir lo que siente, comportarte como se comporta y hacerle crecer como si fueses tu mismo. Son como tus hijos, tu creación, tu mayor orgullo. Y también los culpables de tu bipolaridad crónica.

Y así te pasas la vida, en un sube y baja que no acaba y que tu mente inquieta no hace más que meterle más caña. Lo mejor que nos puede pasar es que llegue la inspiración. Escribes de carrerilla, estás totalmente ensimismado dándole a las teclas, tanto, que te olvidas de todo. Te olvidas de levantarte de vez en cuando para no acabar con torticolis. Te olvidas de comer, incluso de cenar, se te pasa hasta ir al baño, e incluso sacar al perro. Y cuando te quieres dar cuenta, llevas más de ocho horas con el culo pegado a una silla. Y te da igual, seguirías otras ocho si no fuese porque tu cuerpo está apunto de ponerse en modo off.

Y lo peor, “el bloqueo”. ¿Quién no ha oído hablar del bloqueo literario?; ¿quién no ha escuchado aquello de “las musas me han abandonado? No señores, las musas no abandonan, lo hace nuestro cerebro que no da más de si. Y nosotros queremos seguir forzándolo. Y entonces empezamos a pasar por diferentes estados: nos motivamos, nosotros podemos, nos gusta escribir y la inspiración acabará llegando. Pero después de horas, esta no aparece, así que desesperamos.

Sí, sí, sin más. Estamos peor que si nos tuviésemos que presentar a unas oposiciones. Nos sentimos inútiles, fracasados, nos creemos tontos por no ser capaz de hacer algo tan natural como es escribir. Y llega el mejor momento de todos, cuando esa desesperación pasa a ser lo único que nos preocupa. Nos levantamos pensando en ella, comemos pensando en ella y no dormimos dándole vueltas a cómo solucionarlo.

Los que no escriben, no nos entienden. “Relájate”, “ya llegará” “eso de la inspiración es un cuento chino”. No señores, no es un cuento chino, es la esencia de todo esto. Sin inspiración, no hay nada que hacer. ¿Y qué hacemos nosotros? Tirarnos de los pelos, llorar, desesperarnos como si no hubiese mañana y ser las personas mas grises sobre la faz de la tierra. ¿Queréis un pequeño consejo de mi cosecha para los bloqueos? Dejadlo. Si estáis atascados, no fuerces, solo lo empeorarás.

¿Quieres escribir? Hazlo, aunque no tenga sentido, aunque no sea la misma historia con la que estabas trabajando, aunque sea la cosa más disparatada que jamás se te ha ocurrido. Escribe, sin más, recordando porqué empezaste, porqué te gusta. Y si la artrosis que te has provocado en los dedos y el aviso de sobrecarga del cerebro no te deja acordarte si “ahora” llevaba h o no, entonces desconecta. Tómalo con calma, relájate. Date un vuelta, saca al perro, come esa tableta de chocolate que dices que no puedes, te mejorará el ánimo. Haz ejercicio, sal a tomar algo. Ponte la tele, algo que no requiera pensar o lee un libro, que siempre ayuda a que vuelva la inspiración y a despejar tu cabeza. Y no te desesperes, somos todos unos “drama queen” cuando se trata de nuestros pequeñines, pero igual que si tuviésemos un hijo o plantásemos un árbol, acabaremos lo que hemos empezado.

Y si para cuando llegue el punto y final no nos acordamos de si vivimos en España o en el país de las maravillas, creo que las camisas de fuerza de los manicomios son mas cómodas que antes. Y aún con toda la locura, la desesperación y los dolores de cabeza, lo volveremos a hacer. Seguiremos escribiendo, porque somos así, nos mola el sadomasoquismo y no hay nada que nos haga mas felices. Y es que ser escritor, es la mejor profesión de todas.

Un comentario

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