23/04/2015: crónica de nuestro Comando Libro

Érase una vez un día… y un libro y, como no podría ser de otra manera, hablamos del 23 de abril, día dedicado al libro porque en esa fecha, corría el año 1616, murieron don Miguel de Cervantes y don William Shakespeare. Murieron los dos en esa fecha pero no en el mismo día porque unos años antes, el papa Gregorio XII había modificado el desfasado calendario Juliano y lo que antes era 23 de abril pasó a ser 3 de mayo. Como los británicos para este tipo de medidas van un poco a contramano, no adoptaron el calendario gregoriano hasta casi 150 años después con lo que el 23 de abril inglés se traducía al castellano por la fecha mencionada del 3 de mayo. En fin, algo similar a lo que sucede ahora cada vez que iniciamos primavera y otoño con el cambio de hora. Pero aquí no hemos venido a hablar de eso sino de libros, de editoriales y de autores, pues, sea una fecha o sea otra, el 23 de abril para aquellos que nos dedicamos a juntar letras, tiene un significado especial.

Todo comenzó a las 12.30 del mediodía. Alex von Karma nos había preparado a Victoria Maroto y a mí un encuentro con los chavales del instituto Francisco Ayala para hablar de nuestras obras en particular, de literatura en general y de todo lo que quisieran preguntar los chicos como valor añadido. Les contamos cosas, les hicimos leer en braille e, incluso, algunos osados, se atrevieron a dar un paseo por el aula llevando los ojos vendados y con la única ayuda del bastón blanco que tan útil nos resulta a los ciegos. Rafael, profesor de literatura del centro también fue invitado a realizar dicho recorrido y entre las sonrisas francas de sus alumnos, alguna cartera puesta en su recorrido y algunos, pocos, despistes, logró finalizar la prueba. Su esfuerzo se vio finalmente reconocido por los propios alumnos que le dedicaron una buena salva de aplausos. Cordialidad, buen humor, sonrisas e incluso algún momento de emoción con lagrimitas de por medio fue el mejor premio que Victoria y yo pudimos recibir por parte de los chavales del IES Ayala.
Una mención especial para Rafael Salama, su profesor, por el buen comportamiento de los chicos y la excelente recepción que tuvimos. Lo dicho. Si nos vuelven a invitar, prometemos volver.
Y llegaron las siete y media de la tarde. Las gentes de ViveLibro nos habían citado a esa hora en el Café Libertad, calle Libertad, 8, para dar comienzo a las actividades del Comando Libro. Muchos de los que nos vieron, podrían haber llegado a la conclusión de que nuestra idea era la de hacer una cata cervecera en todos los baretos del madrileño barrio de Chueca. Pero no. Nuestra idea, no sé si la principal, era otra. Armados con nuestros escritos, con nuestra simpatía y labia proverbial, iríamos atracando culturalmente a los parroquianos que encontrásemos durante nuestro recorrido. Entrar a un bar, acercarnos a una terraza, y regalar libros a todos aquellos que fueran capaces de demostrar que eran amantes de la lectura. Para ello solamente tendrían que enseñarnos que llevaban encima algún libro, en formato papel clásico o digital, fuera cual fuera el asunto y esto nos llevó a regalar un ejemplar a alguien que nos enseñó un manual titulado aprende italiano. El fuego lo rompimos en el propio Café Libertad donde el camarero que nos atendió pudo demostrar su afición a la lectura enseñándonos el ejemplar del libro que estaba leyendo. En esos momentos el Comando Libro lo formábamos Nacho, Chema, Raquel, Nieves, Elena, Feiny, Teresa y Manuel, o lo que viene a ser lo mismo, un servidor de ustedes. La soldada Nidia y el cabo furriel Carlos, salían en aquellos momentos de su acuartelamiento Valdemorillesco para aportar refuerzos pues la acción se presumía peligrosa y con enorme riesgo para nuestra funcionalidad hepática y mi régimen de adelgazamiento bikinero que tuve que sacrificar en pro de la cultura.
Por cortesía no nombraremos a algunos cobardes desertores, que también los hubo, que una vez alistados hicieron, permítaseme la expresión castiza, mutis por el foro o lo que viene a ser, un plantón en toa regla. Nuestro arsenal de armas literarias lo formaban: Comunicar discapacidad en la red: Invidente pero Visible, Cartas a papá, La mirada del alba, Los cuadernos de Eva y finalmente Esa tal Ducinea como arma de destrucción masiva. El comandante Nacho, cargaba, no sin esfuerzo ni sin protestas por su parte, una santabárbara mochilera, para completar el armamento que pronto se vería implementado con Bajo mi piel de la, todavía ausente, soldada Represa.
Nada más salir del Café Libertad el carácter y arrojo de la tropa se vio representado en dos tácticas distintas de combate. La primera, representada por la soldada Feiny, el gatillo más rápido del oeste, que disparaba sus ejemplares a todo lo que se moviese. Fuera humano o fuera bestia. Fueran hembras o varones, fueran borrachos o sobrios, vírgenes o pelandruscas, frailes o seglares, la crueldad e inmisericordia de dicha soldada no dejaba escapar sin un ejemplar de Cartas a papá a ningún infortunado que se cruzase en su camino. La táctica opuesta por la cabo chusquera Barambio, que parecía dispuesta a no soltar ni un solo bombazo de Los cuadernos de Eva a no ser que el botín recaudado con esta acción superase el esfuerzo armamentístico.
Entre ambas posturas extremas, nos hallábamos el resto de componentes del comando que no dudábamos en disparar cuando lo considerábamos necesario reservando balas para ataques posteriores. El primer objetivo lo marcó el teniente Nieto. A corta distancia de nuestro emplazamiento se hallaba, en pleno mercado de San Antón, el restaurante La cocina de San Antón. Una bonita terraza, con gente guapa aficionada a la buena mesa y, como suponíamos que la cocina tiene tanto de arte como la literatura pensamos que era un buen momento para empezar a disparar allí nuestros libros. Nuestra buena intención quedó evidenciada cuando pedimos al responsable de la terraza autorización para llevar a cabo nuestra acción cultural. Le explicamos que pasearíamos entre las mesas repartiendo libros a los clientes del restaurante. Pues bien, el caballero responsable de dicha terraza se negó en redondo a ello bajo el argumento de que sus jefes no lo permitían. Pedimos permiso para mantener una corta entrevista con su oficialidad y el permiso nos fue denegado invitándonos cortésmente a dejar libre la terraza de escritores y de esa cosa tan poco comestible como muy molesta que son los libros. Sí que le advertimos de que su heroica acción sería reflejada convenientemente en nuestro parte de guerra. La literatura y el día del libro no tienen cabida en el restaurante La cocina de San Antón
Quizás esto no sea cierto del todo porque, cuando iniciábamos nuestra retirada táctica, los clientes de una de las mesas que habían asistido en silencio a nuestra conferencia con el mencionado responsable, se acercaron al comando, sonrieron, nos enseñaron un par de libros, y de inmediato fueron obsequiados con otros tantos ejemplares convenientemente firmados y dedicados por los autores. Después de todo, ellos refrendaron nuestro pensamiento inicial del que hablaba antes. Ese que decía que cocina, arte y literatura son tres buenas patas para el banco de nuestra salud.
En toda acción militar, lo más duro, y eso lo sabemos los profesionales de la guerra, es la lucha urbana. ¿Qué mejor sitio para llevarla a cabo que la mismísima plaza de Chueca? La acción fue clasificada como de “alto riesgo” por el comandante Nacho que, para infundir valor a la tropa consideró que la cerveza podría ser un buen estimulante. ¡Marchando una de cervezas! En esta ocasión el suministro corrió a cargo de la soldada sin graduación Feiny que demostró saber soltar euros con el mismo arrojo con el que disparaba libros.
Ya en las terrazas y aprovechando un grupo de músicos callejeros que entonaban el muy antimilitaresco tango Silencio en la noche, Teresa y yo iniciamos una maniobra de distracción bailando al ritmo de la música marcando ochos, caídas y firuletes mientras el resto del grupo luchaba encarnizadamente cuerpo a cuerpo con todos los allí presentes. Helena y Feiny disparando y Barambio en la trinchera. 
Como acaecido bélico destacar un episodio de la primera que se acercó a una mesa en la que una señora leía un libro. Helena le explicó que esta acción iba a ser premiada con un ejemplar de La mirada del Alba. La lectora se negó a ello pero no contaba con la tenacidad de la escritora. ¡Señora que es gratis! —insistió— y la otra que no y Helena que sí. Al final, la pobre mujer abrumada no tuvo más remedio que rendir la plaza ante el férreo acoso. Su capitulación se resumió cuando dijo: “Está bien pero recuerde que hoy es el Día del Libro y me tiene que hacer un 10% de descuento». Este desconfiado pensamiento resume bien el comportamiento de muchas de las mesas que visitábamos que venían a pensar que, tras el regalo literario vendría algún tipo de petición económica. Después, cuando se percataban de que nuestra crueldad milicoliteraria era sin ánimo de lucro, rendían con una sonrisa las armas prometiéndonos escribir sinceras reseñas sobre los libros recibidos. Pero la noche no había acabado. Nuestro departamento de comunicaciones volvió a contactar con la soldada Represa y su cabo chófer conductor.


La brújula del blindado no debía funcionar demasiado bien porque, equivocados en su ruta desde el acuartelamiento de Valdemorillo, dijeron estar en una carretera con un cartel delante que indicaba “a Cacabelos 10 km”. Deberían pues rehacer su ruta para incorporarse, sin más demora, a la zona de combate. El objetivo fue el bar La Senda de Xiquena situado en la calle Prim. Una aguerrida camarera rindió la plaza en forma de un par de rondas cerveceras, acompañadas de vituallas aperitivescas. Pero la victoria no fue fácil. El fuego era encarnizado, los hígados se rendían ante el extracto de lúpulo y, cuando la batalla empezaba a darse por perdida surgió el milagro. A la voz de “dejádmelos que me los cargo a tos”, la soldada Barambio, armada con Los cuadernos de Eva, salió de la trinchera en la que se había guarnecido hasta entonces. Disparó el libro a la camarera. Tenía el armamento prácticamente intacto salvo por un intercambio de fuego amigo con la soldada Helena que respondió al ataque lanzando una granada de La mirada del alba
Fue en La Senda de Xiquena cuando finalmente nos localizaron Carlos y Nidia que, tras varios intentos infructuosos de localizar al resto del grupo que les llevaron a recorrer desde su salida de Cacabelos las localidades de Méntrida, Fuentes de Oñoro, Perales de Tajuña, La Carolina para finalmente, haciendo un descanso en Ronda, llegar hasta el área de combate. Una cosa está clara. Un señor puede ser muy simpático, saber mucho de redes sociales, ser un magnífico abogado y no tener ni puta idea de cómo se maneja un GPS. 
Sea como fuere, Nidia empezó de inmediato a compensar la falta de orientación de Carlos haciendo gala de valor disparando ejemplares de Bajo mi piel, ayudando también a la rendición del objetivo. Una sonrisa de la camarera y una nueva ronda cervecera, regalo de la casa, fueron las medallas que desde entonces llevarán orgullosas la soldada Barambio, propuesta por aclamación para un ascenso por su acción, y la soldada Represa que llegó tarde pero segura y, como dice el refrán que “más vale tarde que nunca”, la oficialidad de ViveLibro, no hará constar en el expediente de la soldada la demora en llegar a la zona de combate.
Pero ni el día había finalizado ni la batalla estaba ganada. El siguiente objetivo era de una importancia vital. Uno de los centros literarios más importantes de Madrid. Un lugar reunión de literatos, poetas. Un lugar donde la CULTURA, así con mayúsculas, tiene su máxima expresión. El centenario Café Gijón, en el muy madrileñísimo y casticísimo Paseo del Prado. 
Nuestras armas apuntaron hacia allá y previendo una resistencia cruel, mandamos al espía Carlos para que informase de las posibilidades de éxito del ataque. A su regreso, el espía que, por pura casualidad no se había perdido, informó de que el éxito estaba asegurado. “La plaza es suya, le había dicho el responsable del lugar. “Hagan ustedes lo que quieran que están en su casa” — ¿Oído señores de La Cocina de San Antón? ¡A ver si aprenden que los libros son cultura, no molestias! En el Café Gijón nos esperaban dos sorpresas. Una buena y la otra mala. 
La primera es que estaban allí los chicos de Telemadrid, recogiendo la actividad literaria de la Noche de las Letras. Enterados de la existencia del Comando Libro, consideraron que era una noticia digna para emitir en sus informativos. Entrevistas, preguntas, e interés total por parte de los chicos de la prensa. Como sorpresa negativa fue que el lugar ya había sido ocupado por los que pensábamos que eran compañeros de batalla. Un grupo de poetas se había citado allí para dar un recital. Como no queríamos interrumpir a nuestros compañeros poéticos, le pedimos permiso para durante un minuto, explicar lo que estábamos haciendo. Un tipo avinagrado con cara de ajo a medio freír, nos dijo que leches, que el acto era suyo y que ni un minuto ni medio. Que cuando acabasen, en una hora o quizás dos, (sic) podríamos explicar nuestro plan. En fin, amigo poeta, que usted y los suyos disfruten de la poesía. De paso les recomiendo, en La cocina de san Antón tienen un camarero tan simpático como ustedes. Vayan a conocerlo. 
Puesto que, como acabo de contar no podíamos llevar a cabo una guerra civil literaria, decidimos salir a la terraza del Gijón. Previamente la acción se había internacionalizado puesto que entre las bajas enemigas ya había, además de españoles, dominicanos, ecuatorianos e incluso algún belga a quien rompimos sin piedad la literaria línea Maginot. Un comando enemigo de turistas venezolanos descansaban tras sus compras del día y nos enseñaron lo comprado. ¡Libros de Eduardo Mendoza! Para rendirlos no tuve más remedio que contraatacar con un ejemplar de Esa tal Dulcinea. Un inciso. Rajoy y maduro pueden estar a gorrazos pero los venezolanos y los españoles nada que ver con eso. Apretones de manos, buenos deseos, sonrisas, besos y una promesa de comentar en este blog las opiniones sobre los libros recibidos, fueron el valioso botín de guerra obtenido. Pero por si la guerra no se había internacionalizado bastante, decidimos que México sería un buen lugar para terminar… la guerra y el día.
A paso ligero, nos encaminamos hasta el restaurante Sabor a mí en la calle Augusto Figueroa, 41. Coronitas, Pacífico, nachos y tacos se encargaron de terminar de joderme la bajada de peso que tenía prevista para la semana.
Habrá que recuperar luego a base de lechuga, espinacas y ¡puag! brócoli. Pero el sacrificio no fue en vano. A la una de la mañana, ya del 24 de abril, algunas mesas seguían ocupadas por lectores impenitentes. Como también nos quedaba munición, Chema las bombardeó con Comunicar discapacidad en la red: Invidente pero Visible. (Manda carallo con el titulito).
Ahí hicimos algunas prisioneras cuyos nombres y fotografías, constan al final de este parte de guerra. La sargenta Raquel, de intendencia, nos enseñó un proyecto de identificación diseñado por ella misma pero que no pudo concluir por premuras en la preparación bélica del evento. Será para el año que viene.
Y como decía alguien: 
“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército de la incultura, las tropas del Comando Libro han alcanzado sus últimos objetivos literarios. La guerra, y este parte, han terminado». (o algo así).

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