Reseña de ‘Spinoza. Obras completas y biografías’, por Andrés Torres Queiruga

Cuando en su navegación por la historia de la filosofía llega a Descartes, Hegel anuncia “¡Tierra a la vista!”. Poco después, dentro ya de la filosofía moderna, afirmará que “quien no sea spinozista no tiene filosofía alguna”. De hecho, desde el comienzo y a ritmo creciente, desde sus biógrafos a sus estudiosos Spinoza se convirtió en signo de contradicción. Hasta hoy. Borracho de lo Absoluto, que trata de verlo todo sub specie aeternitatis, su filosofía fascina por la fuerza de una intuición inagotable y, en no menor medida, por la consecuencia vital con que la vive y la sostiene. Al mismo tiempo, la rígida vestidura lógica more geométrico en que la envuelve y expone no deja de suscitar inquietud y discordancia, desde la acogida entusiasta, hasta la acusación de estatismo, incoherencia y aun contradicción. Por eso, su obra sigue vigente, sugeridora e inquietante. Ninguna cultura que se precie puede ignorarla.

En la Península, ayudando también su origen portugués, no ha faltado su presencia, con un buen elenco de traducciones. Pero, aunque se enuncien repetidamente sus “obras completas”, la verdad es que, fuera de los cinco tomos de la traducción meritoria pero desigual y no siempre originaria de M. Calés y O. Cohan (Buenos Aires 1977), se hacía sentir la carencia. A suplirla llega, quizás algo tarde pero oportuna, la traducción de Atilano Domínguez.

El título, Obras Completas y Biografías, lo anuncia. Traducidos los textos directamente del latín y del holandés, deja sólo fuera el pequeño e inabado tratado de Gramática hebrea (sin relevancia filosófica), son completados por las primeras biografías. Tomando como base la edición clásica de Gebhardt, no deja de contrastarla cuando es preciso con las más recientes de Akkerman y Mignini. El autor no llega de nuevas a la tarea y lo que ofrece es, en el fondo, fruto de toda una vida: desde su tesis doctoral Conocimiento de salvación. La filosofía de Spinoza (U. Complutense, Madrid 1973), son conocidas sus traducciones de todas las obras, que ahora se redondean y conjuntan, en una obra —literalmente— magna.

Magna físicamente incluso por el volumen —1004 páginas, de 210 x 297 mm, en tipo pequeño—, que ha permitido convertirla en una auténtica enciclopedia. En realidad, no será fácil encontrar una obra que, en conjunción con los textos, permita una información comparable. La información se extiende no solo a los problemas textuales, sino también a la contextualización y la interpretación.

Lo hace con estilo sobrio, sin énfasis pero con la objetividad posibilitada por una información acumulada en más de 20 años de estudio. La Introducción General informa de la vida, del marco filosófico, religioso y político; pasa luego a un recorrido y caracterización sumaria de los escritos; estudia los problemas de interpretación de los escritos, así como el sentido y los problemas del sistema spinoziano; y, finalmente, expone los caracteres de la edición, el estado de los textos e informa del modo de utilizar los “instrumentos” que permiten sacar el mejor provecho de esta compleja pero cuidadosamente estructurada edición. Junto a la detallada cronología cierra la introducción una amplia bibliografía general, organizada en secciones y capítulos, que incluyen “bibliografías, revistas, léxicos- diccionarios, ediciones traducciones y estudios; y finalmente, vida, fuentes, judaísmo e influencias.»

Las Obras, que constituyen el cuerpo del libro, van todas precedidas de una introducción particular, que, con las debidas variaciones en cada caso, aclara los problemas concretos de texto, contenido, interpretación y estructura. La correspondencia, 88 cartas en total, de las que el autor afirma que “en conjunto son la mejor fuente de información sobre su vida, sus obras y los primeros debates de sus ideas”, está cuidada con especial esmero. Las notas, muy trabajadas y con densa información, van al final, siempre fácilmente localizables. Importante es también la decisión de indicar siempre la equivalencia con el tomo y la página en la edición de Gebhardt.

Las Biografías —Jelles, Bayle, Korholt, Colerus y Lucas, con una larga serie de “Noticias” paralelas —, antes publicadas, pero ahora en edición “revisada palabra por palabra y, por tanto, corregida y completada en todas sus partes”, van también precedidas de un estudio crítico, que se detiene sobre todo en la del citado en último lugars, por su especial relevancia.

El autor ha dedicado un gran esfuerzo en dotar la obra de índices, cuadros y diversas correspondencias. Pone especial énfasis en la elaboración del Índice analítico, que “tanto por su amplitud y variedad como por su organización”, considera “único en su género”, porque recoge nombres propios no solo los de personas, sino también de lugares y de obras; y comunes, no solo filosóficos o teóricos, sino otros muchos de distintos campos del saber y de la cultura en general.

Si insisto en estos datos es porque pone de manifiesto el carácter realmente enciclopédico que marca acaso la mayor originalidad de esta obra; y, sobre todo, porque muestra que el resultado satisface la intención del autor: “El objetivo de este volumen es brindar a los lectores un ‘Spinoza esencial’, que he intentado plasmar en un estilo sobrio y con la objetividad y ecuanimidad, que eran también las por él preferidas” (p. 36).

Y, desde luego, creo que no es la amistad la que personalmente me mueve a afirmar que estamos ante de uno de los grandes logros que enriquecen el panorama de la filosofía en lengua castellana. En realidad, se trata de uno de esos libros que de algún modo se hacen imprescindibles. Este lo es, en primer lugar, para los estudiosos de Espinoza. Pero, dada la amplia y universal problemática abordada y las numerosas referencias e informaciones con que el autor acompaña cada uno de los libros y los temas, puede resultar muy útil para aquellas personas que, sin ser filósofos o filósofas “de oficio”, no renuncian a la preocupación por estas cuestiones que acompañan y acompañarán siempre a la humanidad. Y, desde luego, me atrevo a pensar que una obra de este calado no debería faltar cuando menos en las salas de consulta de nuestras bibliotecas.

Andrés Torres Queiruga

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