Reseña sobre el libro ‘Escacena. Pinceles toreros’ de nuestro autor Paco Ruiz, de la mano de Fernando Claramunt

El pintor don Pedro Escacena tiene una biografía que merece ser bien leída y disfrutada por amplios sectores de aficionados a los toros, al cante flamenco y a las Bellas Artes. Se abre con un prólogo, inspirado y muy acertado, de don Fernando del Arco y de Izco en que se le llama Maestro, con absoluta propiedad y justicia, a don Pedro.

A continuación llegan las páginas vibrantes y encendidas de Paco Ruiz donde se habla de los antepasados ilustres de don Pedro. El padre, pintor y decorador, le aficionó a los toros, si es que no vino al mundo ya en calidad de aficionado. Su abuelo José fue torero y está para siempre en el Cossío, señalado en el tomo lll, página 259, para que nadie lo dude. Don Pedro se muestra orgulloso de cierta abuela bailaora y de su guapísima tía Luisa, de la cual se enamoraban los toreros de fama y los que no eran famosos pero sí sensibles a la belleza.

Por la rama paterna hay cantaores de categoría como Antonio y Manolo Escacena. Venían a su casa varios grandes del cante como El Carbonerillo, El Colorao, Escoberito y otros claros varones de raza. Lo mismo que novilleros como El Pío y aficionados como Pepe El Sevillano, primer apoderado que tuvo Diego Puerta. De niño estuvo en un bautizo en el que actuó de padrino Manuel Rodriguez Manolete. Entre el público se hallaba Manolo Caracol. La infancia de Pedrito, callejeando por lo más típico y castizo de Sevilla, no tenia más remedio que dar sus frutos. Y ya desde muy joven era torero y cantaor. Se hizo pintor entre tanto. Pero desde los quince años no pierde un tentadero. ¿Desde cuando viene su amistad con Curro Romero? Hay que decir que viene de siempre. A su pintor el maestro de Camas le dice: «Pedro, me has cogido las medidas como un sastre y me sacas mejor que a todos los toreros en tus cuadros».

El pintor Escacena ve torear a Belmonte y Rafael El Gallo y ya no sabe si quiere ser pintor o torero. Ha sido, sigue siendo todavía, las dos cosas. Lo comprobamos al final del libro, donde aparecen, por escrito, los testimonios de Pepe Luis Vázquez, Curro Romero José Antonio Campuzano, «Espartaco», Juan Mora, Fernando Cepeda, Enrique Ponce y, como un perfume sevillano que todo lo cubre, la sombra torera de Julio Pérez El Vito, novillero, matador y banderillero glorioso en cada una de sus etapas toreras. Así hasta el final de su vida. Paco Ruiz ha completado este libro con una serie de fotografías, desde la niñez a la tercera edad, que cuentan lo que pudiera faltarnos para redondear esta estupenda biografía.

Y en las últimas páginas hallamos la exposición de sus cuadros más queridos, apuntes, óleos, taurinos casi todos. Pero no faltan imágenes religiosas, ni el retrato del rey de España o la belleza de sus hermanas Soledad y Carmen. Destaquemos la muy digna hermosura de su esposa Aurora, «la musa por excelencia», que a menudo aparece mejorando y engalanando carteles de toros. No se olvida de retratar a sus hijos, pero, en cuanto la familia vuelve la cara, don Pedro, a los ochenta y pico de años, sigue pintando lances de capa o pases de muleta. Ahí están sus cuadros de Morante de la Puebla, de verde manzana y plata, para que cerremos el libro a manera de pausa, sólo para volverlo a abrir un rato más tarde.

Enhorabuena a don Pedro, al prologuista, al autor, al editor y a los lectores de esta biografía inolvidable.

Fernando Claramunt López

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *