Entrevista a Jesús Pérez López, autor del libro “Géneros complementarios”

Buenos días, Jesús. Cuéntanos un poco acerca de ti. ¿Cómo empezaste a escribir?

La verdad es que, tras una prolongada etapa de preparación en la que la información tiene generalmente un único sentido de entrada y asimilación, llega un momento en que la necesidad de escribir, de encontrar respuestas a cuestiones que se van planteando en el transcurso de esa acumulación de conocimiento, resulta una necesidad imperiosa, el resultado casi inevitable al que aboca todo ese proceso. Mi doctorado en Sociología de la Educación me proporcionó los instrumentos necesarios para cuestionar la realidad de una manera eficaz a través de la concreción y la formulación de hipótesis de manera correcta. Al tiempo, la provisión de los cuerpos teóricos de los grandes maestros de la disciplina sociológica me ayudó a dotarme de un amplio sistema referencial que resulta imprescindible para poder explicar cualquier resultado. Sin un marco explicativo que le dé sentido, cualquier hallazgo no constituye sino un hecho meramente descriptivo carente de relieve. Por último, como complemento a esta formación en lo que constituyen las bases de la acción investigadora, la realización de máster y diplomatura en educación y orientación sexual me sirvieron para sumergirme en la especificidad del conjunto de saberes interdisciplinares existentes en el ámbito de la sexualidad. Se trata con ello de una toma de contacto necesaria para abastecerme de una perspectiva global de ese campo del saber con la que abordar posteriormente cualquier aproximación a él.

Así pues, aun cuando mi deseo de escribir sobre bases científicas viene de lejos y a pesar de haber publicado con anterioridad a este libro algunos trabajos en torno a la educación y a la sociología, la obra que ahora publico la considero como el trabajo que culmina y satisface ampliamente mi necesidad de aportar al conocimiento humano algo que para mí resulta absolutamente imprescindible dadas sus características. Por tanto, la sensación que tengo en cuanto al inicio de mi trayectoria como escritor es que no empieza sino una vez que termino mi formación científica, una vez que merced a ésta me encuentro en posesión de los instrumentos necesarios para realizar un trabajo con el que verdaderamente pueda satisfacer la necesidad de bucear en el intrincado mundo de las sombras de lo desconocido para sacar a la luz algún fragmento de ese universo oculto y depositarlo en ese reino de lo imperecedero que constituye el conjunto del saber humano.

¿Qué van a encontrar los lectores en Géneros complementarios?

Los lectores van a encontrar una obra altamente interesante y, para aquellos interesados en temas tales como feminismo, género, LGTBIQ+ o estrategias de normalización, me atrevería a decir que una obra imprescindible por su carácter inédito e innovador. Inédito porque hasta el momento no tengo conocimiento de que haya sido tratado con anterioridad el ámbito de la educación de géneros y de la sexualidad a lo largo de la primera mitad del siglo XX en España. La búsqueda de explicación a lo que al terminar la guerra civil se calificó como errores materialistas o regodeo pornográfico, en su combate al conocimiento propagado durante el período republicano, sirve para valorar e interpretar la entidad de las actuaciones que trataron de encauzar el régimen de la sexualidad durante la República. A pesar de las acusaciones vertidas por los vencedores de la contienda, las actuaciones llevadas a cabo durante ese período no trataron en modo alguno de promocionar la autonomía del individuo y la satisfacción sexual al margen de la regulación del poder, sino que lo que se trató durante la etapa republicana fue hacer frente a la supuesta crisis del matrimonio de una manera que se consideraba más eficaz que la elaborada por los moralistas católicos.

La obra, por tanto, aborda por primera vez el desarrollo de esta pugna de hegemonías en España inscribiéndola a su vez dentro del contexto europeo de la época. Explicadas las razones de los ataques sobre los hechos del período anterior una vez terminada la contienda civil, el libro pasa a esclarecer las acciones del poder vertidas sobre los individuos a lo largo de las distintas etapas de su vida, llevadas a cabo con el fin de instalarles, de manera voluntaria, dentro del régimen disciplinar que exige la formación de un matrimonio heterosexual  monogámico e indisoluble cuya práctica sexual estará absolutamente sometida a la exigencia reproductiva que la legitima.

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Por lo que se refiere a su carácter innovador, el segundo de los rasgos con los caracterizaba la importancia de la obra, se trata de un libro que no es meramente un relato histórico mediante el que se van desgranando temporalmente los saberes producidos durante el nacionalcatolicismo en el ámbito familiar. Se trata de un estudio sociohistórico en el que se diseccionan las actuaciones de normalización vertidas sobre los sujetos desde su más tierna infancia con el fin de instalarles en un complejo proceso de disciplinas y emociones que les llevan a naturalizar unas pulsiones que son conformadas antes incluso de que tengan conciencia de las mismas. El estudio, a través de un detallado seguimiento de las estrategias de penetración, va mostrando el proceso a través del cual la norma se inscribe en el comportamiento del sujeto como algo casi instintivo. Este rasgo de la obra es lo que le confiere una importancia relevante porque su contenido no constituye un mero relato de lo acontecido en una época determinada, sino que a través de él se van esclareciendo las raíces de unas actuaciones y unas emociones que están en el origen del heteropatriarcado, de la violencia machista y del rechazo a la diversidad sexual.

En esto radica la esencia innovadora del libro, en la exposición a la luz de la corriente que se inyecta en el comportamiento de los sujetos para moverles a actuar de manera que la privación, el esfuerzo, el sacrificio o la renuncia sean actitudes no ya a evitar, sino deseables y queridas. La deducción que se infiere a lo largo de la obra es que el sometimiento del goce sexual a los imperativos del poder no es un fin en sí mismo, sino que supone una vía de penetración a través de la que lograr el sometimiento general a las exigencias del poder. Es ahí donde reside la trascendencia del estudio, en el tratamiento global de los mecanismos de normalización de los individuos en los que el control de los placeres sexuales interesa en tanto que campo a través del que llegar al sometimiento del comportamiento global.

¿Qué te ha motivado para dar vida a este libro? ¿Cómo surge la idea?

Si uno se acerca a la producción editorial de los años iniciales de la transición política, se encuentra con un gran número de títulos centrados en el estudio de la sexualidad en el franquismo. En su práctica totalidad, el rasgo que caracteriza ese período es la represión. Según estos análisis, los españoles habrían sido impedidos coercitivamente a encontrar la satisfacción a su deseo sexual. Aun cuando esta realidad resulta cierta para una gran parte de la población, la realidad social mostraba que había otro conjunto de sujetos para el que cualquier relajación de los usos y costumbres sexuales, así como las modificaciones legislativas que despenalizaban prácticas o restauraban derecho, eran sentidas como fuentes de inseguridad y desestabilización, contestándolas y oponiéndose a ellas de una manera más o menos activa. Resultaba evidente, por tanto, que no toda la población percibía su comportamiento como el resultado de coacciones o prohibiciones, sino que, por el contrario, los dictados de la autoridad se habían instalado dentro de lo más profundo de su conciencia hasta el punto de sentir una absoluta identidad con ellos. Para una parte de la población, las exigencias exteriores del poder habían sido asumidas como algo propio, de tal manera que el cambio de paradigmas y valores, la minoración de la prohibición o de la renuncia eran percibidas como un hecho desagradable y un atentado a su identidad.

A la vista de esa realidad quedaba claro que las estrategias de imposición desarrolladas durante el nacionalcatolicismo no se habían reducido solamente a meras actuaciones basadas en la prohibición y el castigo a través de las cuales producir ciudadanos temerosos, sumisos y obedientes. Durante este período debía haberse producido también una tecnología de penetración que configurase la esencia misma de esos individuos, convirtiéndoles en una creación autónoma capaz de comportarse de acuerdo con lo ordenado sin necesidad de requerirla a ello. Sujetos que interpretaran su opresión como la máxima expresión de una decisión libre, de su renuncia al placer como una afirmación de su propia voluntad, de su actitud sacrificial ante la vida como algo enriquecedor. A pesar de esa diversidad de estrategias de imposición, el discurso que se desarrolla durante la transición en relación con este ámbito de la realidad no se hace eco de ellas, sino que se reafirma repetidamente en el carácter represivo de la acción del poder, tal vez de manera interesada porque ello permitía contraponer dos períodos antagónicos —represión frente a liberación— despreciando las líneas de continuidad de las prácticas de normalización que recorrían ambos períodos. Como consecuencia de ello, el hecho que motivó la presente investigación parte de la necesidad de mostrar esas estrategias de imposición intuidas sobre las que no existía referencia alguna porque, en definitiva, una realidad impuesta mediante la prohibición o coacción es más fácil de denunciar y erradicar que aquella otra que ha penetrado en el interior configurando la propia identidad y aspiración de los sujetos hasta naturalizarse. Mi objetivo era encontrar las raíces profundas sobre las que se asientan comportamientos que aún hoy día están en el origen de la violencia machista y de fobias e intolerancia a la diversidad sexual. Se trata de bucear lo más profundo posible con el fin de deconstruir esas conductas socialmente dañinas.

¿Cuáles son sus puntos clave?

A mi juicio hay dos puntos clave en la obra que la singularizan y hacen de su lectura algo indudablemente enriquecedor. Se trata, por un lado, de un tratamiento del poder como una realidad que estaría repartida entre todos los individuos, en este caso dentro del ámbito familiar; y, por otro, del tratamiento pormenorizado de las actuaciones de imposición normalizadoras que van a tratar de naturalizar los comportamientos sometidos. Ambas se encuentran estrechamente interrelacionadas, por lo que el desarrollo de su explicación también lo estará.

A partir de Foucault sabemos que el poder no es algo poseído en exclusiva por una persona, ni siquiera por un grupo de ellas. Contrariamente a esa creencia, la capacidad para participar del poder dominante está diseminada entre los individuos de la sociedad. Precisamente una de las formas más efectivas del mantenimiento del poder hegemónico es lograr que cada sujeto se sienta investido de algún tipo de autoridad, lo cual facilita la identificación con los focos emanadores de imposición y su colaboración entusiasta en el mantenimiento de su hegemonía.

En el régimen de géneros complementarios se realiza un reparto de atributos en el que al hombre se le asignan las cualidades de la pasión y raciocinio en tanto que a la mujer le corresponden las del amor y la afectividad. Consecuente con ese reparto, a cada uno de los géneros se les asigna también un espacio desde donde actuar y desenvolverse: el público para el hombre y el familiar para la mujer, en virtud de lo cual a ésta se le despoja de cualquier capacitación profesional que le permita su autonomía financiera, quedando sometida a la absoluta dependencia económica del hombre y a la instalación en el hogar como ámbito total de satisfacción. Una vez que el matrimonio se constituye como el único marco de supervivencia femenina, será la preservación de ese marco en las mejores condiciones de armonía el nudo que centrará la actuación disciplinaria que hará de ella un agente imprescindible en la moralización y adecuación de los demás miembros de la familia a lo ordenado. Para que la mujer pueda llevar a cabo esa función de normalización se le dota previamente de una forma de ser abnegada, de un comportamiento guiado por un espíritu de sacrifico, entrega y dedicación a los demás que la convertirán en un ser merecedor de respeto y admiración. Ante este compendio de cualidades morales, el hombre no tendría otra opción que abrirse a la influencia amorosa de ella, evitando cualquier acción que la disguste o la haga sufrir. Dotado el varón, por tanto, de un poder económico y legal prácticamente omnímodo, la mujer tendría la posibilidad de atemperarlo a través de un influjo moralizador sobre él que hiciese de él un ser dócil a sus requerimientos. Tenemos así que en el caso del ámbito familiar no cabe interpretar la realidad conyugal como la mera imposición unidireccional de un género sobre otro —particularmente del hombre sobre la mujer—, sino como el entrecruzamiento de diversos mecanismos y formas de sometimiento mutuo, aunque no necesariamente equivalentes.

A diferencia de la violencia física, coercitiva o explícita, la violencia simbólica consiste en la imposición de una visión y apreciación del mundo, la inyección en el sujeto de categorías cognitivas y estructuras mentales. La violencia simbólica es una violencia dulce que esconde las relaciones de fuerza que la constituyen y que se ejerce con la ausencia de consciencia de quien la padece, permitiendo así la colaboración de éstos. La base de la violencia simbólica es que son los propios dominados los que ejercen sobre sí mismos las relaciones de dominación.

A pesar de que pueda parecer sorprendente, dado el nivel de la violencia de género y contra el colectivo LGTBIQ+ actual, este tipo de imposición es algo que llegará a convertirse en residual en la medida en que se vayan asimilando y asentando en la conciencia de los varones heterosexuales las transformaciones de género requeridas por el nuevo ordenamiento social. La violencia explícita no es algo deseado por el poder hegemónico, sino que procede de los individuos con personalidad más fragilizada, a los que las transformaciones les provocan una inseguridad insoportable. Lo que al poder hegemónico le interesa en una imposición por ambos géneros que sea indetectable, que penetre en los individuos y les conforme sin que éstos sean conscientes de su sometimiento a principios y reglas que, lejos de proceder de su interior, tienen un origen externo y acorde con intereses ajenos. Sacar a la luz y denunciar la violencia de género resulta hoy día absolutamente necesario dadas la urgencia y la gravedad del fenómeno, pero ello no debe distraernos del hecho de que dejar al margen los procesos de imposición disciplinaria que, por ser más dulces y silenciosos, parecen más inofensivos puede convertirse en una rémora que impida tomar conciencia de la participación diseminada de todos los miembros familiares en el mantenimiento y reproducción de ese régimen generador, en última instancia de la violencia de género y posiciones excluyentes, obstaculizando de esa manera su deconstrucción.

El recurso para transformar a sujetos sometidos en agentes de sometimiento es siempre el mismo: la transformación de la norma exterior en algo necesario para los propios sujetos. Algo similar ocurre en su faceta de esposos. A lo largo de la vida, la adecuación de su hacer a lo ordenado, a pesar de los sinsabores y sacrificios que conlleve, siempre va a constituir algo necesario para la felicidad y el enriquecimiento personales. En definitiva, el fin último de la acción disciplinar no se identificará como el sometimiento individual al poder y a intereses ajenos, sino la consecución de una existencia individual satisfactoria.

A la hora de escribir esta obra, ¿qué dificultades te has encontrado? ¿Qué ha sido más sencillo?

Sin duda alguna, la mayor dificultad que he encontrado al escribir el libro ha sido la recopilación del material sobre el que trabajar. Dados los variados canales de vehiculación del discurso, el trabajo se centró de partida en el análisis de la producción editorial por considerar que en ella se contenían de manera más condensados y argumentados los conocimientos elaborados en este terreno. Al ser un trabajo que se realiza sobre la consulta de fuentes directas no tratadas anteriormente, esa primera etapa ofrecía un exhaustivo trabajo. Sin embargo, a este esfuerzo en cierto modo previsible en investigaciones de este tipo se iba a añadir otro que no había tomado en cuenta de partida. La aproximación al estudio de la posible existencia de un discurso sobre el sexo en esa época nacionalcatólica partió de los términos o conceptos que se habían generalizado en la transición. Los vocablos sexual, sexualidad, educación sexual… parecía que debían ser la puerta de inmersión en ese mundo oculto que se quería sacar a la luz. Fue un intento fallido y descorazonador, ya que el resultado fue totalmente estéril. La producción discursiva que incluía esos términos u otros similares en sus títulos era prácticamente nula. No había discurso sobre el tema. La primera reacción a ello fue una actitud de desconcierto e incertidumbre, apareciendo incluso la duda acerca de la validez de la hipótesis que estaba en el origen del trabajo. Se requirió una labor artesanal de consulta a la catalogación bibliográfica de los años que comprendía ese período para comprobar que lo que fallaba era la aproximación conceptual y terminológica que era necesaria para la búsqueda.

Con esa variación de parámetros, los resultados se transformaron drásticamente.  ¿Qué había pasado? Pues que, evidentemente, durante el nacionalcatolicismo no había una educación sexual en los términos en que hoy día la consideramos, pero había una acción educadora hacia los esposos y de éstos hacia los hijos bastante intensa. Títulos como “Ellos. El carácter y el corazón del joven”, “Lo que debe saber todo joven”, “El libro del esposo” o sus versiones dirigidas al género femenino, por poner un ejemplo, era difícil que aparecieran en una búsqueda como libros sobre sexualidad. Sin embargo, una vez familiarizados con esos parámetros, la situación cambió totalmente. De no encontrar prácticamente referencias se pasó a catalogar en torno a ochocientos títulos a lo largo del período con una distribución que va desde alrededor de los treinta títulos de promedio durante cada uno de los años de la década de los cuarenta, pasando por un moderado ascenso en los cincuenta —en torno a los setenta títulos anuales—, hasta llegar a picos de ciento cincuenta en los sesenta. Una vez que se había logrado penetrar en el lugar donde se encontraban instalados esos saberes, el esfuerzo se centró en dilucidar la importancia de las obras publicadas y delimitar la jerarquía existente entre ellas, ya que una de sus características relevantes es la gran cantidad de textos plagiados de otras obras que contienen sin que mencionen al autor original. Había que desentrañar el grado de su penetración social a través del número de reediciones que se hicieron de las mismas, así como el nivel de originalidad de sus contenidos.

¿Tienes algún autor o autores referentes?

Evidentemente. Este libro tiene una extensa servidumbre epistemológica que se enmarca en las construcciones teóricas de la sociología francesa. Las deudas comienzan en los clásicos de la ciencia social: Weber, Durkheim y Marx. De ellos hemos tomado sus propuestas en favor de una aproximación a los hechos sociales que, al tiempo que evite volcar sobre ellos nuestros sentimientos, ideales o valoraciones personales, nos aleje de las nociones vulgares en su tratamiento, así como su consideración del desarrollo del ser humano como el producto de un desarrollo sociohistórico que haría de los códigos naturales explicaciones inadecuadas para desvelar el desenvolvimiento de la realidad.

A estas deudas hemos de añadir las enseñanzas, los modos de trabajo y el esfuerzo por emprender nuevos caminos en la investigación social llevados a cabo por autores tales como Norbert Elias y Philippe Aries acerca de la genealogía de la civilización y de la infancia; las de Castel, Deleuze y Donzelot sobre el estudio de las formaciones y transformaciones sociales a partir del estudio de documentos e informes de la época; las de Flandrin, Bejin, Veyne y Duby, con un tratamiento del hecho sexual elaborado desde la perspectiva de la propia estructuración del deseo tanto en su vertiente temporal como a través de las diferentes clases sociales que componen una misma formación social.

Hay un autor sobre todos ellos al que se deben, sin embargo, de manera especial los posibles méritos que pudiera haber en el presente trabajo o, cuanto menos, el impulso de haberlo llevado a cabo. Ese autor no es otro que Michel Foucault. Por medio de sus trabajos conocemos que a partir del siglo XVIII el sexo se convierte en un enclave productor de primer orden destinado a hacer de la sociedad una colectividad dócil, útil y productiva. Las nuevas tecnologías del poder que se ponen en funcionamiento no sólo influirán en la forma de percibir la sexualidad, sino que, además, inaugurarán una nueva economía del placer, un nuevo modo de relacionarse con el sexo. Utilizando el método genealógico, Foucault ha puesto de relieve como el sexo ha constituido en nuestras sociedades occidentales a partir de la Edad Moderna un blanco privilegiado de intervenciones. Constituye, por tanto, un objeto de estudio idóneo para analizar qué formas de ejercicio de poder, qué agentes sociales y qué saberes giran en torno a su regulación, canalización, moldeamiento y producción.

¿Tienes alguna costumbre o método a la hora de ponerte a escribir?

El acto de escribir creo que constituye el punto final de un largo proceso. Para llegar a él se necesita haber recorrido un trayecto cuyo punto más importante tal vez no sea el final sino el inicial. El principio lo marca siempre una hipótesis, la intuición de que existe algo que todavía es desconocido y que es necesario sacar a la luz del conocimiento, el presentimiento de que hay un hecho que es necesario e importante que sea explicado y reconocido, la sensación de una realidad que estando ahí no es percibida por el entorno. La importancia de esta etapa o sentimiento inicial de una investigación estriba en que requiere del distanciamiento de las ideas que una sociedad tiene al respecto, y es precisamente en esa necesaria separabilidad donde se encuentra la mayor dificultad de este proceso. Una vez que se ha llegado a formular esa intuición, el proceso va a requerir la formulación de una planificación y de un trabajo de documentación merced a los que llegar a su demostración. Tras ello, el proceso de escritura será la culminación de un trabajo de selección de aquello que se considere relevante, desechando aquella otra parte que no se juzgue necesaria. Donde quiero llegar con esta reflexión previa, que considero igualmente válida, con ciertos matices, para un trabajo de ficción, es que escribir es un trabajo que requiere una preparación, unos conocimientos previos y unos hábitos y, sobre todo, que necesita previamente algo que transmitir a los demás que sea merecedor de ello. Escribir enlaza mal con aquel romanticismo con que a veces es tratada esta actividad y que la subordina a momentos de inspiración inesperados.

¿Qué le dirías a los lectores para que decidan llevarse a casa tu obra?

A los lectores que decidan llevarse a casa mi libro les diría que para mí es una gran satisfacción poder compartir con ellos el resultado de un trabajo para el que he empleado años de investigación, porque, en realidad, el objetivo último de su publicación no es alcanzar más o menos ventas, sino posibilitar que haya un buen número de personas que puedan acceder a esos conocimientos y ayudarles a tomar conciencia de los procesos ajenos merced a los que ahora en buena parte sienten, piensan y se comportan.

A aquellos que aún no se han decidido, lo mejor que les puedo decir es que es una obra de la que me siento absolutamente satisfecho. Una obra que no ha sido concebida con un objetivo comercial, sino impulsada por el interés de esclarecer el origen de comportamientos y emociones que, lejos de tener un origen que pueda explicarse como algo intrínseco al ser humano, deben su configuración a razones directamente imbricadas en el sometimiento disciplinar de la población. Su lectura conseguirá que muchos empiecen a entender todo el cúmulo de limitaciones, desasosiegos y culpabilidades que anidan en su interior ante la sola idea de hacer algo no permitido o socialmente reprobable y que les obstaculizan o impiden vivir de una manera más acorde con las pulsiones de satisfacción que anidan en ellos. Para otros, la obra puede servirles para acercarse al conocimiento de las profundas razones inscritas en la conciencia que están impidiendo la erradicación de lacras sociales actuales originadas por la instalación de unos valores de superioridad y posesión respecto al otro en el interior de los individuos. Para la erradicación de las fobias y violencias relacionadas con el género de una manera eficaz, el castigo es insuficiente porque es fundamental actuar de manera preventiva en la eliminación de los valores e interpretaciones que son el motor de esos comportamientos. En ese sentido, el presente trabajo puede servir de ayuda cortocircuitando la estrategia del poder que correlaciona la sumisión a las normas con la adquisición de la felicidad y el bienestar personales. Se trata de deconstruir esa conexión sustituyéndola por otra en la que la satisfacción no sea el producto de la posesión del otro, de la imposición o de la violencia.

Para terminar, quisiera decir que, a pesar de estas pretensiones, el libro huye en todo momento de tecnicismos de difícil seguimiento. Se ha tratado en todo momento de que, a pesar de su carácter de trabajo de investigación, su lectura sea algo ameno, entretenido y ágil, próxima a lo que podría ser una obra de divulgación. En muchas ocasiones, la lectura engancha como una obra de misterio en la que es difícil hacer una pausa. Por todas estas razones, creo que la lectura de “Géneros complementarios” nunca va a defraudar. Será una adquisición útil y entretenida de la que será difícil que alguien se arrepienta de haberla realizado.

Muchas gracias.

¡Gracias por tu tiempo, Jesús! Te deseamos mucha suerte con el lanzamiento de Géneros complementarios!

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